“Yo: Elton John”, una historia de éxitos y adicciones

AASHTA MARTÍNEZ.

El británico Elton John nació con oído musical. De hecho, con solo tres años sorprendió a su familia sentándose al piano para tocar de oído el Vals de los patinadores. “Podía escuchar una pieza de música una vez y luego sentarme al piano y más o menos reproducirla nota por nota”, comenta el artista en su (primer y único) libro autobiográfico Yo: Elton John (Reservoir Books), un retrato sincero y profundo donde John se desnuda en cuerpo y alma  —sí, más aún que en la película musical Rocketman.

Reginald Dwight, verdadero nombre del artista, fue un niño tímido que creció en Pinner, un pequeño municipio a las afueras de Londres, y soñaba con convertirse en una estrella del pop. A los once años, el que está considerado uno de los solistas musicales más aclamados y exitosos de todos los tiempos obtuvo una beca para estudiar en la Royal Academy of Music de Londres. En sus memorias, John recuerda ciertos momentos duros de su primera etapa como artista, como el rechazo que sufrieron sus primeros trabajos con su colaborador y letrista Bernie, y también otros memorables, como ese primer concierto que dio en Estados Unidos con solo veintitrés años.

Yo recoge los momentos más felices de la carrera del artista —una trayectoria que le ha permitido obtener 26 discos de oro, 38 de platino y multiplatino, y uno de diamantes, con unas ventas que superan los 300 millones—, pero también aborda las sombras de su vida. No en vano, John habla sin tapujos de su adicción a las compras y relata historias como aquella vez que compró un tranvía de verdad que le mandaron desde Australia y que solo pudieron entregarle con la ayuda de dos helicópteros Chinook. 

Esa anécdota entronca con su adicción a las drogas. Según relata el propio artista, su casa de Los Ángeles le sirvió durante años para dar rienda suelta a su afición a la coca —droga que empezó a consumir en 1974 “porque me gustaba la forma en que me hacía sentir”— y la sala de billar de aquella vivienda cuya mesa usaba para seducir a los tíos— fue testigo de algunas de sus perversiones sexuales. “Nunca me gustó demasiado lo de follar. Yo era un observador, un voyeur. Ajustaba mis perversiones de algún modo, tenía a dos o tres tíos haciendo cosas para que yo mirara”, confesaba al respecto el británico.

El cantante revela también lo mal que lo pasó cuando en 2017 le detectaron un cáncer de próstata en un chequeo rutinario y se vio obligado a someterse a una durísima operación. John narra que, solo unos días después de aquello, sufrió una rara e inesperada complicación derivada de esa intervención que estuvo a punto de costarle la vida: “Tenía un derrame de fluidos en los nodos linfáticos. En el hospital me los secaron y el dolor remitió. Pero los fluidos volvieron a filtrarse y el dolor reapareció […].  El ciclo continuó durante dos meses y medio, antes de que me lo curaran de manera accidental”.

Pero uno de los pasajes más emotivos del libro es sin duda el que aborda la complicada relación del artista con su madre, Sheila Farebrother, con quien John estuvo casi una década sin hablarse —aunque nunca dejó de cuidarla y preocuparse por ella—. “Cuando estaba contenta podía ser cariñosa, encantadora y vivaz, pero siempre parecía encontrar un motivo para no estarlo, siempre daba la impresión de andar en busca de pelea, siempre insistía en tener ella la última palabra”, contaba el artista.

El verdadero distanciamiento entre ambos comenzó después de que John decidiera despedir a su asistente personal, Bob Halley. Sheila se negó entonces a cortar toda relación con él, como así le pidió el artista. John cuenta incluso en sus memorias que su progenitora, que fue siempre bastante celosa y parecía no aprobar el matrimonio entre dos hombres, intentó boicotear la boda con su marido (y padre de sus dos hijos) David Furnish —a quien Sheila llegó a acusar públicamente en una ocasión de estar manipulando a su hijo—. “Cuando David y yo intercambiamos nuestros votos, empezó a hablar, a un volumen muy alto, superponiéndose a nuestras voces; se quejó de lo poco que le gustaba el recinto y dijo que nunca se imaginaría casarse en un lugar como ese”, relata el músico británico, que se reconciliaría con ella apenas unos meses antes del repentino fallecimiento de la mujer, en diciembre de 2017. 

Lo que nunca ha muerto es el enorme éxito de John, que a lo largo de su carrera ha dado más de cuatro mil conciertos en más de ochenta países. Sin embargo, hace un tiempo tomó la decisión de levantar el pie del acelerador a principios de 2018 anunció una gira de despedida— y aprovecha su libro para profundizar en los motivos que le llevaron a tomar esa decisión: “Quiero escribir más musicales y más bandas sonoras. Quiero pasar tiempo trabajando con la Fundación contra el Sida, especialmente en África […]. Quiero pasar tiempo siendo… bueno, una persona normal, o todo lo normal que pueda aspirar a ser”. Casi nada.

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