Teatro en el cine: Viggo Mortensen en «Good»: el autoengaño como forma de vida

Por Horacio Otheguy Riveira

Es una buena persona, un padre de familia ejemplar que atiende a sus hijos, controla que su esposa enfermiza esté lo mejor posible, que guarde cama todo el tiempo que necesite; él cocina, estudia, ayuda a sus hijos, se esmera en que todo marche en condiciones normales en una sociedad anormal. Mientras alrededor crece la espuma nazi.

Pero no os confundáis, no se trata del acoso y derribo del inocente tantas veces visto. El personaje rechaza el subidón hitleriano de su país, es un alemán culto, un profesor, un hombre de bien… que lentamente —y al principio negando la evidencia— se va convirtiendo en un servidor del régimen, un cómplice de sus mayores crímenes.

Está claro: en cuanto se da cuenta y quiere retroceder, ya está todo perdido. En cuanto intenta, desesperadamente, ayudar a su mejor amigo (judío) el desastre está a punto de echársele encima. Las nobles emociones le parten en dos y se encuentra en medio del horror antes sospechado, leído, visto de lejos; horror y mundo confortable compartiendo paisaje.

 

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Esta función teatral llevada al cine sigue de cerca la vida cotidiana de un «inocente» cómplice de monstruos; un gran acierto en la piel de Viggo Mortensen, un actor al que a menudo parece faltarle un hervor, falto de garra, frío como una estaca en Siberia, pero al que esta vez le va muy bien esta apariencia de tipo blandengue que se deja llevar por las necesidades de la casa, que sabe dejarse seducir por una alumna que consigue acostarse con él y seguir enamorando a una que otra feligresa o «compañera de ruta»: mujeres de pago, mujeres libres, lo que venga, él se deja hacer.

No más empezar la película se ve el miedo que lleva en el cuerpo al asistir a una citación de la Gestapo. Pero no padecerá una sesión de tortura, allí no encontrará enemigos; le quieren bien, le sabrán usar, aunque alrededor la barbarie nazi se lleve gente cercana muy querida, y pasen otros acontecimientos deleznables que se niega a aceptar… hasta que ya es demasiado tarde.

Un paisaje urbano que consigue conmover con la frialdad del perfecto análisis, de la clara visión, con medios técnicos ya muy positivos. Pero lo más importante es la moraleja: el conflicto moral, la angustia incesante que se le impone al hombre que ha ido aceptando —sin creer en ellas— las nuevas normas dictatoriales de un Adolfo Hitler que aprovecha su mayoría democrática para seguir imponiendo una concepción autoritaria del mundo para beneficio de una élite.

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Good, dirigida por Vicente Amorim, 2008: la aventura de un hombre corriente que se considera bueno, ignorante de sus debilidades y su miedo a la autoridad, que se mete en la boca del lobo con gesto tembloroso hasta vestir el temible uniforme.

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Alan Howard en la versión teatral de la Royal Shakespeare Company.

Esta película está basada en la obra homónima de Cecil Philip Taylor, C.P. Taylor, un dramaturgo británico —también guionista de radio y televisión— con intensa producción durante 16 años. Fue un hombre de notable creatividad que vivió con pasión su profesión de escritor, autor de unas 80 obras.

Habitaba una casa confortable junto a su mujer y sus hijos en la que tenía un lugar sagrado, un ámbito exclusivo con carga fetichista: una caseta construida en el jardín, donde no le importaba pasar horas de frío mientras fluían sus historias y componía atractivos personajes, hasta que a la edad de 52 años fue víctima de una neumonía de consecuencias mortales.

Good fue su última obra, y posiblemente la más representada en su país y fuera de él. Se estrenó en 1981.

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