‘Los mares de wang’, algo más que un libro de viajes.

GASPAR JOVER POLO.

Por encima del interés general que la descripción del trayecto despierta en los lectores, sobresalen las pinceladas impresionistas que incluye este libro de viajes por la costa de China. Al menos un grado por encima están estas instantáneas, estos fogonazos que el autor dispersa, creo que a conciencia, a lo largo de las quinientas páginas que componen la obra: “Un abuelo ojeroso y calvo fumaba en camiseta de tirantes junto a un semáforo”. “Una familia detectó a un voluminoso hombre negro en bermudas. La madre corrió hacia él para pedirle mimosa que se hiciera una foto con ellos”. Se trata de introducir fragmentos de vida que parecen tomados directamente de las calles chinas y de sus zonas costeras de veraneo, fragmentos que, además, proporcionan un salto cualitativo pues hacen posible la mezcla de géneros al incorporar el material literario, más concretamente el componente lírico, al esquema clásico del libro de viajes. Estas pinceladas sueltas se pueden considerar propias del género lírico por su brevedad, por su intensidad, porque por sí solas, sin añadir más explicación, transmiten fielmente las fuertes impresiones sufridas por el narrador y viajero. “Lily y Cherry parecían recién sacadas de una pasarela neoyorquina por su belleza enriquecida con prendas a la última”. “Los hombres rayaban el Encanto Cero con aficiones como la de airearse el ombligo remangando las camisas o hacer lo propio con una sola pernera del pantalón de pinzas”. Su importancia reside también en que, a su modo, de una forma anárquica, cuestionan la imagen del país asiático que nos hemos hecho en occidente, la de un país trabajador, metódico, austero y, sobre todo, férreamente organizado por el partido único. El narrador, Gabi Martínez, y Wang, su traductor y guía, transitan por China en autobús, en barco, a pie y, de repente, se les pone delante una de estas visiones cercanas a la alucinación.

Pertenecen al género lírico todas estas chocantes instantáneas porque no van dirigidas a la inteligencia, a la capacidad de comprensión racional, sino que apuntan directamente al estómago del público; son capaces de producir en el lector sensaciones de asombro, de desconcierto, de rechazo, incluso de repulsión o de asco, seguramente las mismas que sufrió en directo el viajero protagonista. “Docenas de personas remojaban los pies en la orilla. Usaban gafas de natación, brazaletes naranjas y amarillos o se encajaban en la cintura voluminosos neumáticos negros o flotadores con sobresalientes cuellos que representaban patos o dragones”, “Había tendederos exclusivos para toallas, si bien los cables de la luz y las señales de tráfico también servían a las coladas”, “El autocar de Dandong supuso un viaje en el tiempo. En la autopista superamos a una mujer que barría el carril de baja velocidad”. 

Dentro de esta amplia gama de sensaciones básicas o elementales, el desconcierto que lleva a la prevención y a la actitud defensiva es una de las que más aparece en este libro, lo que hace pensar en el temor lógico que debió sentir el protagonista ante lo desconocido, ante la inmensidad del fenómeno que le tocaba analizar: “también recuerdo a un señor sonriendo graciosamente a la cámara que le fotografiaba. Después del disparo su rostro cambió a una mueca de hastío profundo”, “Un joven salió del mar y comenzó a brincar sobre una pierna con la cabeza inclinada, como presa de un telele, para desaguarse una oreja”, “Bañistas de todas las edades jugaban a tirarse cohombros de mar y otras babas y gelatinas arrastradas por las olas”. 

Otro elemento de naturaleza literaria es la incorporación al libro de viajes del personaje del traductor chino con la misma importancia que la del autor y narrador. Es tan grande el protagonismo que alcanza Wang, que su nombre figura en el título. El guía y traductor es un personaje muy novelesco porque empieza mostrándose como un joven inmaduro que se enfrenta por primera vez a la vida fuera de su pueblo natal, que pisa por primera vez las modernas ciudades chinas y que, en consecuencia, poco a poco, a lo largo de la obra, va evolucionando, se puede decir que va haciéndose hombre en contacto con la nueva realidad. Para el narrador, Wang es sobre todo un hombre misterioso, es el personaje que encarna el misterio esencial del país asiático y comunista; el viajero se ve en la obligación de colaborar estrechamente con él, viven durante varios meses codo con codo sin que entre ellos se dé la menor afinidad en cuanto a gustos o a ideas. El desencuentro entre las dos culturas y formas de entender la vida se convierte poco después en desconfianza entre viajero y traductor, y, más tarde, se desencadena el enfrentamiento, el conflicto, el nudo dramático característico del género de la novela. 

Los materiales que componen Los mares de Wang son por tanto muy variados; algunos resultan lógicos, típicos en un libro de viajes −las opiniones del autor, el análisis objetivo, los datos, las citas de otros viajeros, las citas de los pensadores chinos más importantes o las referencias al pasado del país para explicar el presente−, pero también aparecen ingredientes que no se esperan en este tipo de obras, como por ejemplo el surtido de imágenes cercanas al surrealismo.

En la mayor parte del libro, el viajero Gabi Martínez funciona como cronista e intenta explicar cómo es la China actual, los procesos socioeconómicos, culturales que se están dando en el mayor país de Asia. Este es el objetivo básico del escritor, y, en este sentido, se trata de un texto que se ajusta con precisión al género de los libros de viajes. Pero sucede también que, en Los mares de Wang, el punto de vista del cronista es extremadamente subjetivo, que se trata de una obra de autor, y que, por tanto, de vez en cuando, el viajero se permite introducir alguna licencia poética. Se encuentra como llevado por un magma de pensamientos y de sentimientos en continua ebullición sobre el que, a pesar de todo, el escritor se esfuerza por mantener el rumbo que caracteriza la naturaleza divulgativa de este tipo de obras.

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