‘La novela del agua’, de Maja Lunde

La novela del agua

Maja Lunde

Traducción de Kirsti Baggethum y Asunción Lorenzo

AdN

Madrid, 2020

325 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

En esta novela el pesimismo es una seña de identidad. Podemos hablar de distopía, en una de las dos acciones que se desarrollan, al estilo de La carretera, de Cormac MacCarthy, y podemos hablar de los fundamentos de la demolición del planeta en la segunda acción. Una es contemporánea, la otra futurista. Ambas son oscuras, pero la oscuridad que las caracteriza no es apocalíptica, como en La carretera, ni pertenece al mundo de los agoreros apocalípticos, que son bastante fáciles de encontrar en los medios de comunicación. Si algo caracteriza y tienen en común ambas situaciones, es el ambiente, la atmósfera que se respira, pues todavía es respirable. Pero aturde. No termina de ser claustrofóbica, pero apunta hacia la claustrofobia. En realidad, apunta hacia una gran variedad de fobias, casi todas relacionadas con el desastre ecológico, con la pérdida de la naturaleza y de la naturalidad, de la facilidad para las relaciones e incluso de las relaciones. Apunta hacia el malestar contra los desconocidos y apunta hacia la denuncia.

Por una parte, una mujer emprende un viaje en barco, en velero, con intención de hallar a su antiguo amante, que está deshaciendo un glaciar del norte de Europa para vender el hielo en un país desértico. La explotación del agua, el elemento básico, la esencia de lo que somos y es la naturaleza, y su exterminio, dan pie a una situación en la que se impone una tristeza de pronóstico, es decir, un lamento por la pérdida y la inevitable deriva de esa pérdida, que nos condenará.

Por otra parte, un padre y su hija caminan por rutas del sur de una Europa asolada por la sequía, en el año 2041. Que hallen varado el velero de la activista que protagoniza la primera secuencia tiene una lectura tan metafórica como contundente: el mar ha devorado los continentes, a cuenta del cambio climático, sí, pero el agua escasea, incluso el agua de mar, que ha pasado de ser una vía por la que un personaje viaja a un impedimento, un muro, una cárcel.

Maja Lunde (Noruega, 1975) utiliza la frase escueta y el párrafo corto para facilitar una lectura que se despliega sin dilación. El lector irá devorando las páginas sin el ese tipo de escollos que con tanta frecuencia se prodigan en las denuncias y las distopías: la posibilidad de exagerar, la histeria, la decadencia sin lírica, la exposición fácil de la maldad, la opresión apocalíptica de quienes se creen mejores cínicos. En este caso, sí hay oscuridad, pero pertenece al mundo de un pesimismo en el que todavía se nos permite actuar, estar presentes, vivir aunque sea a regañadientes, porque el factor humano sigue alerta, porque podrán acabar con el planeta, pero jamás se dará fin a la costumbre de querer y ser querido, aunque no se trate de un amor universal.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *