Los libros de la isla desierta: ‘Fortunata y Jacinta’, de Benito Pérez Galdós

ÓSCAR HERNÁNDEZ-CAMPANO.

Quizá sea una broma del destino o, simplemente, injusticia poética, pero que hayan de pasar cien años para que uno de los narradores más grandes que ha habido en la literatura en castellano sea puesto en valor, resulta triste. Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843), a pesar de todo, está teniendo un centenario más bien pobre. Será la pandemia, será la ignorancia, qué será, será. Pero no me quito de la cabeza que si estuviésemos en otro país, este y otros autores tendrían homenajes a batiburrillo. Quizá es que ser un cronista excepcional del siglo XIX y el representante más insigne -junto a Emilia Pardo-Bazán- del Realismo en España, no es suficiente o, quizá, el problema fue y, de aquellos polvos, estos lodos, que la ideología republicana y socialista, que incluso lo llevó a ser diputado en las Cortes, y la vida privada del autor lo convirtieron en persona non grata para los mandamases de la cultura de este país durante los años más oscuros del siglo XX y lo que va del XXI. Sea como fuere, el Flaubert, Zola o Tolstoi español debería ser un autor mucho más conocido y leído. Galdós, literariamente, es una cumbre de la narrativa en castellano que debería codearse en fama, ediciones y galardones al mismísimo Cervantes.

Pero reivindicaciones a parte, hablemos de esta novela que hoy os traigo a las páginas de este blog: Fortunata y Jacinta. La novela es larga, muy larga, como solía ser habitual en ese siglo decimonono y que permitía dedicar capítulos y capítulos a ramificaciones y subtramas que, en todos los casos, convergen de forma armoniosa con los avatares de las dos familias protagonistas. Porque esto va de familias, matrimonios, hijos, amantes, cuernos y honra. Por un lado están los Santa Cruz, saga de ricos rentistas y empresarios cuyo hijo Juan, picaflor y encantador de serpientes, desposa a Jacinta, quien, vaya por Dios, no concibe hijos. Y, por el otro, tenemos a los Rubín, tres hermanos, a cual más perdido en la vida, cuya tía, Doña Lupe, prestamista, viuda y pragmática, gobierna con mano de hierro. El nexo entre ambas sagas será, a su pesar, Fortunata, una muchacha tan pobre e ignorante como bella y fértil. Juan fue su amante antes de casarse con Jacinta y ella nunca lo olvidó. De modo que ya tenemos el trío principal alrededor del cual se va urdiendo toda la novela. Esta, ambientada principalmente en el Madrid más castizo que imaginarse pueda, recorre también, con una descripción histórica perfecta, que vamos conociendo por boca de muchos de los personajes que pueblan el libro, los convulsos años que van desde 1865 a 1876, es decir, desde el final del reinado de Isabel II (expulsada por el pueblo en la Revolución de 1868), pasando por el breve reinado de Amadeo de Saboya, la Primera República y la Restauración orquestada por Cánovas que devolvió el trono a los Borbones en la persona de Alfonso XII.

Pero no solo asistimos a los vaivenes políticos de la época como si pudiéramos leer la prensa diaria del momento, incluidos los problemas en la entonces Cuba española o la situación del funcionariado cesante, el que caía con cada gobierno, sino que somos testigos de la vida social, del día a día de las clases más desfavorecidas, de lo que comían, de cómo vestían o se divertían, asistimos a las tertulias de los cafés y recorremos los diferentes barrios de la capital, desde los más humildes a los más elegantes en los medios de transporte que entonces existían. Todo ello mientras Galdós va desgranando la peripecia vital de estas dos mujeres, protagonistas máximas de una novela repleta de personajes inolvidables, en especial las mujeres fuertes e independientes que la pueblan, y de situaciones tan patéticas como realistas.

En definitiva, Fortunata y Jacinta es una novela extraordinaria y perfecta para adentrarse en la obra del autor de los Episodios nacionales, crónica detallista del siglo XIX, o de obras de teatro, cuentos y novelas como Miau, Doña Perfecta o Marianela, entre otras muchas. Su autor, Benito Pérez Galdós, tiene ya un lugar de honor en la biblioteca de la isla desierta.

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