“La sombra del helecho”, de María José Collado.

LA SOMBRA DEL HELECHO  DE MARÍA JOSÉ COLLADO, O CÓMO NO APARTARSE DE LA BELLEZA

Por Ana Isabel Alvea Sánchez.

María José Collado ha publicado un amplio número de poemarios como: La luna en el laberinto; Arde la vida bajo el cobre lunar; Tapiz de agua; Bruñidas sombras; Aún la lumbre; Centinelas del frío; o Pájaros de cristal en el jardín de invierno.  Con La sombra del helecho ha obtenido el I Certamen Andaluz de Poesía Alpujarra. Entre otros de sus premios recibidos destacan el de Poesía del IV Certamen Internacional Traspasando Fronteras de la Universidad de Almería 2010; el segundo premio del III Certamen de Poesía Erótica Galería-Taberna Ánima 2015; la mención de honor en el II Premio Internacional “Letras de Iberoamérica 2018”, y el premio de Poesía del IV Certamen Gertrudis Gómez de Avellaneda 2019.

Hay tanta belleza aquí, bajo estos helechos, evocando la vida, el paso del tiempo al ritmo de los recuerdos, el amor -en las manos del azar- que nos cobija y salva, y también la injusticia; pues no todos sufrimos del mismo modo los reveses que pueden caer sobre una sociedad -podemos deducir por sus alusiones que hace referencia a la pandemia y sus consecuencias, aunque podría ser cualquier otro mal propio de nuestra época.

La imagen de los caballos corriendo en el cerro -su encanto, fuerza y libertad- da comienzo a este libro, cuyos poemas se hilan todos en continuidad, sin apartados. En él la memoria retrocede a la infancia con sus fabulosos descubrimientos e ilusiones, esas cometas que nos pueden ondear dentro, todavía. La crecida del río / es la niñez prendida / como flor en el pelo”. Creceremos en la niebla, rodeados de incertidumbre, “por descifrar el mapa de los sueños”, atentos a la vida y sus vaivenes. Y con los años llegarán “los tacones gastados por las costumbres” y algunos sueños naufragados.

A pesar de las dificultades, el amor y el deseo están muy presentes. Un amor que supone misterio y fuerza, sin una razón aparente y sin fronteras. Como un cuadro, con pocas pinceladas, retrata a los amantes y su felicidad, por ejemplo en el poema “Cerezas”: “dioses/con su disfraz humano”; o bien el paisaje del mar y su oleaje, metáfora de los cuerpos y su pasión, donde la pareja parece habitar una isla de luz y sal  y “una bandada de flamencos/ tiñe de rosa el horizonte”. Si es preciso romper la rutina y transgredir las reglas, se hace, para que el otro pueda suavizar el invierno y sus aristas, para que pueda traernos retazos de esperanza; aunque lamentemos su fugacidad y después impere el silencio.

En varios poemas se retrata la noche y sus encuentros amorosos, que pueden ser efímeros, pero avivan los días.  Acercamientos urdidos por el azar y resueltos por el destino.

Es recurrente el uso de la ventana -así lo vemos en el poema Suma de lluvias- por el que podemos ver el exterior. Se acentúa el contraste entre lo externo (lluvia, tormenta, sombra) y el interior (belleza, libros, calidez, amor). El hogar será un espacio de protección de las devastadoras noticias y su catástrofe.

Aboga por un amor capaz de acercar a las manos la felicidad, que protege como un paraguas y facilita llevar la vida y sus cuitas. Predomina el canto a la primavera y su renacer, el ciclo vital que repara los destrozos de la cellisca, donde el asombro no llega nunca a abandonarnos, ahí, donde el sueño, el temblor, el corazón. La autora tiene clara su apuesta por seguir el mapa de los sentimientos. A veces la memoria, a veces el recuerdo removiendo, “a veces un ramo la nostalgia / de orquídeas sobre el agua”.

Pero igual que viene el otoño y el invierno, vienen el infortunio, el desasosiego, la inquietud y angustia, el miedo, cuando las sombras y el desastre. Resalta y denuncia que no padecen igual todos los ciudadanos, lo peor será siempre para los más indefensos: “Un silencio de fieltro / protege las viviendas / de los afortunados”. A la vez que uno se oxida, otro puede llevar una sombra liviana.  Y los días se vuelven lentos, rutinarios; sin embargo, un ímpetu vitalista late siempre, como bien indica su poema A menos: “…mientras quede una humilde rendija de luz, / una pequeña brecha donde surja una flor, / he de seguir la senda aprendida del corazón / y cruzaré los puentes, los mares, las trincheras.”

El título del poemario puede proceder de la sombra en la pared que hacen los amantes, quienes como los helechos- verdes y brillantes- pueden vivir en constante humedad. Se escribe la sombra y escribir da sombra, nos refugia de la –y nuestra- intemperie. Como decía Joan Margarit en su ensayo Nuevas cartas a un joven poeta: “La poesía es donde hallamos un reflejo de nuestra propia verdad. A veces una sombra de la verdad del mundo”.

En poemas visuales de intensa brevedad, en imágenes que toman el testigo de los simbolistas, con maestría en las metáforas y con la música de los acentos de ritmo endecasílabo de sus versos blancos- aunque a veces es verso libre-,  nos va sugiriendo retazos de una vida y su emoción, el impulso y desorden del amor, cómo se vive a la sombra y a pesar de ella, el testimonio de alguien que ha sentido el paso de todas las estaciones sin apartarse de la belleza ni del vigor que emana de saber llevar la existencia. Todo ello con la poesía de su lenguaje para retratar la vida, como nuestro maestro Antonio Machado, eliminando lo narrativo  y cantando el sentir.

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