‘Cartas a Milena’, de Franz Kafka

ANDRÉS G.MUGLIA.

La carta es una costumbre echada al olvido, en tiempos de rápidos mensajes de voz y brevísimas y estereotipadas frases transmitidas por chats de texto, cuando no con íconos que resumen esas mismas expresiones; la carta en papel remite a un modo de comunicación con destino de arqueología. No obstante, no hay que engañarse, en el pasado las cartas constituyeron un medio de transmisión de mensajes, impresiones y sentimientos de primerísimo orden. Las esquelas y los telegramas eran suficientes, a principios del siglo XX, que es la época que nos convoca en este breve artículo, para mantener un vínculo diario entre dos personas situadas, por ejemplo, en Praga y Viena (300 km de distancia).

En Praga nuestro héroe, el siempre atribulado Franz Kafka, en Viena Milena Jesenská, una periodista y traductora que había conocido a Kafka cuando le solicitó traducir su cuento El fogonero. Desde ese primer contacto Kafka y Milena sostuvieron una relación casi exclusivamente epistolar entre los años 1920 y 1922, pues en ese período solo se vieron personalmente dos veces. Pese a que este vínculo parece insuficiente como para establecer entre dos personas una relación que ambicione cierta profundidad, fue bastante como para que Kafka se enamorara perdidamente de Milena y para que ella, según parece indicar Kafka con sus respuestas (pues lamentablemente ninguna de las cartas de Milena llegaron hasta nuestros días) le retribuyera una amor igual de apasionado.

Por esa época Kafka contaba con 37 años y Milena 23, por lo que es fácil imaginar a una joven deslumbrada por el talento del escritor, y que desde ese lugar haya edificado un amor idealizado. Pero las evidencias hablan en contra de esa imagen un poco simplificada. En primer lugar Milena era todo menos una joven candorosa. Se había casado en contra de los deseos de sus padres, una familia aristocrática checa, con el escritor austríaco de origen judío Ernst Pollak. En los tiempos de su relación con Kafka ya había tenido tres abortos, trabajaba como escritora y periodista para independizarse económicamente de su marido y, si vamos a hacerle caso a algunos comentarios que Kafka le hace, tenía problemas con el consumo de cocaína. En suma, era todo menos una joven inexperta. Por el contrario, si nos atenemos a las vivencias, una biografía de Milena, que murió en 1944 en un campo de concentración donde el régimen nazi la envió por sus actividades comunistas, sería seguramente más interesante que una del monótono Franz.

Esta joven empoderada deslumbró a Kafka, que prefirió sostener una relación de papel en lugar de arriesgarse en una de carne y hueso. Al leer la correspondencia del escritor, se tiene todo el tiempo la impresión de que posterga una y otra vez el momento de encontrarse con su amante epistolar. Cuando por fin se citan en Viena, donde pasan cuatro días juntos, la relación es mucho menos platónica de lo que podría pensarse. Kafka habla después del placer de reposar sobre el pecho desnudo de Milena y de un cierto tiempo que pasaron juntos en “aquella cama”. Está claro que ni Kafka eran tan tímido como se cree, ni Milena puso obstáculos para que la relación fuera más allá del intercambio intelectual. Es más, la liberalidad de Kafka asombra cuando le escribe a Milena que tanto él como ella y su marido conforman una típica menage a trois. Tampoco siente ningún remordimiento cuando le ofrece dinero a Milena para que ponga distancia con su marido, en momentos donde se infiere que la joven ya no tenía una buena relación con él. Podemos leer un Kafka desconocido, manipulando sutilmente a la joven, hablando bien de Pollak pero estimulándola a alejarse, aunque no fuera su idea la de sustituir al marido.

Vale decir a favor de Kafka que por esa época se encontraba en un estado avanzado de la enfermedad que le costaría la vida (muere de tuberculosis en 1924) y que en sus cartas continuamente está haciendo referencia a su debilidad. Los viajes le causaban un desgaste que muchas veces no se sentía con energía para afrontar.

Las cartas ponen de manifiesto algunos  rasgos más que desmienten la ascética imagen que el imaginario occidental tejió alrededor de la desgraciada figura del checo. Hacia 1918 Kafka había iniciado una relación con Julie Wohryzek, una joven judía con la que se comprometió y separó tres veces. En las cartas a Milena, Julie es reseñada simplemente como “la muchacha”, y Kafka no se ahorra detalles de lo cruel que podía ser con su prometida. Incluso, en un gesto rayano en lo perverso, permite que Julie le escriba a Milena (él mismo envía la carta).  A esas alturas no solo Julie sabía de la relación de Kafka con Milena, sino que el propio Pollak hacia constantes reclamos a su esposa en este sentido.

Kafka y Milena se encuentran por segunda vez en la ciudad austríaca de Gmünd. Aparentemente este segundo encuentro no permanece impreso de un modo tan intenso en la mente y el espíritu de Kafka, porque el escritor apenas lo evoca en las cartas sucesivas. Algo ya los estaba separando. Finalmente Kafka pedirá a Milena poner fin (aparentemente de común acuerdo) a esta relación que, aunque casi exclusivamente epistolar, lo desgarra. Con todo, el escritor todavía mantuvo correspondencia con Milena desde Berlín, en el último período de su vida, cuando convivió con Dora Diamant, una joven que lo amó, lo cuidó y fue, luego de su muerte, una de las que abogó porque su obra fuera conocida.

Aquí advierto que, prestando atención al cotilleo, a las idas y venidas del corazón de Kafka expresadas en estas cartas, casi no he apuntado cosa alguna sobre la calidad literaria de ellas. Una sola palabra podría condensar bien, sin exagerar, este punto. Deslumbrantes.

Aquí encontramos a un Kafka despojado de la obligación del argumento y de dar vida y acción a sus personajes, pero aun así estos textos son casi más kafkianos que su literatura. La narración que hace a Milena con respecto a los inconvenientes suscitados por su pasaporte vencido durante el regreso de su primer encuentro en Viena, es en sí misma un relato digno del Sr. K. Cómo se debe debatir Kafka contra los burócratas que lo retienen en oficinas asfixiantes y le roban el tiempo sin darle soluciones, hace que el aficionado a su literatura comprenda por qué es tan vívida la forma en que sus personajes nos transmiten la sensación de no tener salida ante ciertas situaciones. Kafka vivía su vida de esa manera, así percibía la realidad.

Siempre inteligente, imaginativo, sutil, pero con cierta dosis de cinismo que no encontramos en su obra, además de inclemente para juzgarse a sí mismo y a los demás, este Kafka epistolar puede resolverse como la ecuación del escritor más el ser humano; un ser humano en su condición más extrema (por su enfermedad), más expuesta y más entrañable. Para los fanáticos lectores que quieren conocer un poco más al Kafka hombre, o para los otros que no están tan empapados en su universo, estas cartas bien pueden ser tan interesantes (y quizás más reveladoras) que el resto de la obra del gran escritor checo.

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