La música callada de James Joyce

JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA.

Se mueve con la fluidez asociativa de una terapia hablada una exploración literaria que analiza los motivos recurrentes de la prosa del novelista, poeta y crítico irlandés James Joyce (1882 – 1941), una deriva que dirige nuestra mirada al espíritu mismo del modernismo anglosajón. Una prolija exégesis deja a un lado las resoluciones inveteradas para transgredir las fronteras autoimpuestas por nuestras propias indefiniciones.

Acumula el crítico Eduardo Lago (Madrid, 1954), los detalles de una lectura atenta que entraña los argumentos, al tiempo que desentraña las dificultades, se deja arañar por las espinas de las alusiones antes de perecer consumido por “el fuego líquido del lenguaje” del Ulises (1922) joyceano, “un fuego que al apagarse, como en un proceso alquímico, cristaliza en un paisaje anímico de colores nítidamente plasmados”, sostiene el autor en el prólogo a su guía de lectura Todos somos Leopold Bloom (Galaxia Gutenberg, 2022).

Cien años después de haber sido editada la más intricada de las novelas, ¿debe ser leída como la culminación de una empresa (des)comunal o como la cifra de una civilización que colapsa? “Joyce ha logrado dar vida a un libro sin cuya lectura nuestra formación es incompleta”, sostiene Lago, “un universo cuya grandeza no se explica en función de ningún virtuosismo técnico”.

En su homenaje escrito, argumentos caníbales se alimentan de prejuicios humanos. Un placer constante se solaza en desentrañar el don de lenguas del cuentista de Dublineses (1914), en extraer insospechados significados de las aventuras tipográficas y las continuas autocorrecciones: “Daremos unas pinceladas”, asegura al acometer el capítulo “Proteo”, “que nos ayuden a acercarnos al texto como quien contempla un lienzo abstracto”.

Al  reimaginar los límites naturales, el ecoguerrero erudito se enfrenta a las infecciones ombliguistas, estira nuestras fronteras psicogeográficas, viaja por las interioridades ulisianas. Investiga el traductor de, entre otros, David Foster Wallace, Henry James o John Barth, cómo el humor puede transmitir emociones transgresoras: “Joyce  juega con la sintaxis [en “Eolo”] y lo más importante es lo que sucede con el lenguaje sometido a las leyes de la retórica”.

Formas saludables de agresión reabren las fronteras de nuestras percepciones. Desde esta vista aérea, este manual de instrucciones entona loas al poder de la narración: “Como en todo el libro, donde se cantan tantos aires de ópera, canciones y baladas”, apostilla el Premio Nadal 2006 en su análisis de “Eumeo”, “la música de Ulises es una música callada”.

En favor de la uniformidad multidisciplinar, se empalman teorías despojadas de densidad, se las yuxtapone a convenientes provocaciones extraídas de extensas lecturas, se abordan versiones mapeadas del Edén verbal del novelista del Retrato del artista adolescente (1916) o Finnegans Wake (1939): “El capítulo final no presenta complicaciones (…) La mente de Molly Bloom, como un calidoscopio, cambian constantemente de configuración, disparándose en todas direcciones”.

En el centenario de la publicación de la legendaria saga, “un libro que es todos los libros”, sostiene el Catedrático de Literaturas Hispánicas del Sarah Lawrence College de Nueva York, se desentraña una celebración retórica mediante un cuestionamiento reflexivo sobre el significado de un modo vital de comunicación: “Es mucho lo que se puede aprender leyéndolo”. Comprendiéndolo mejor, en definitiva, podemos abrirnos a una experiencia menos restringida, más espontánea, de nuestros alrededores.

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