‘Tu sonrisa sin temblar’, de Víctor Colden

HILARIO J. RODRÍGUEZ.

En las notas biográficas sobre Víctor Colden, lo primero que llama la atención es que su primer libro publicado date de 2019. La sorpresa no estriba tanto en que él ya tuviese más de cincuenta años cuando entregó ese manuscrito a la imprenta, sino en que su obra gire en torno a diarios, novelas de carácter autobiográfico y otros asuntos en los que la escritura siempre parece tener una gran importancia, como si en realidad hubiese estado escribiendo toda su vida y al mismo tiempo lo hubiese estado reteniendo para sí. Resulta sorprendente que no le hubiese entrado la urgencia de publicar hasta hace muy poco o que la suerte no le hubiese sonreído hasta hace muy poco.

Escribir, no obstante, no es un sinónimo de publicar ni una cosa tiene que ir unida a la otra. Lo importante es que en menos de un lustro se ha convertido en un autor sólido, con las cosas muy claras sobre su territorio literario. Además, su solidez puede que tenga mucho que ver con su madurez, después de haber ensayado durante años lo que ahora nos entrega, tras un largo proceso de destilación, de uso más insistente de la goma que del lápiz, hasta alcanzar su estilo preciso, sin fuegos de artificio.

Antes de comenzar estas líneas dedicadas a la novela Tu sonrisa sin temblar (Pre-Textos, Valencia, 2022) decidí releer su exquisito Veinticinco de veinticinco (Newcastle, Murcia, 2021) más que para hallar coincidencias, para todo lo contrario. Y, en efecto, me han parecido dos libros muy distintos. Aunque ambos podrían considerarse memorialísticos, uno lo es de una manera más emocional, cercana al diario, y el otro lo es de una manera más literaria, similar a una novela pseudodocumental porque muchos de sus elementos constitutivos son reales.

Veinticinco de veinticinco tiene el tono de una invocación y un lamento, cercano a la elegía. Trata sobre el padre de Víctor, muerto en un accidente de tráfico, devuelto a la vida y nuevamente muerto, en una rememoración a la que nunca le falta la luminosidad a pesar del dolor que se nota en el yo narrador, capaz de proporcionarle a la escritura un delicado pero firme tono confesional. El desarrollo es un ir y venir, recordando escenarios de infancia y juventud, a miembros de la familia y hechos sin aparente trascendencia que se vuelven contagiosos por su facilidad para que le sucedan a cualquiera y que, por lo tanto, cualquiera se pueda sentir identificados con ellos y sienta su carga rememorativa.

Tu sonrisa sin temblar, por su parte, tiene también algo de confesión, con un tono menos íntimo, más de diálogo. Trata sobre un amor de juventud que determinó muchas cosas en la vida de su narrador o quizás trata sobre las peculiaridades en la vida de su narrador que determinaron cómo iba a ser un amor de juventud. La novela, sin embargo, funciona más como un fresco en torno a una época reconocible, desde finales de los setenta hasta mediados de los ochenta, en la que la música, las drogas y el sexo tuvieron una especial importancia, dicho esto con el asombro que me produjo el tratamiento dado al sexo a lo largo de la novela, siempre desde cierto distanciamiento, pudor.

No se utilizan nunca los argumentos crudos, tampoco la línea recta de la denuncia o los golpes en la mesa para anunciar verdades como puños. La novela es cualquier cosa menos dogmática: es apasionada de manera cabal. Podría, por consiguiente, definirse como una novela de formación en la que se propone el camino a través del cual se establece el canon propio en el terreno musical y poético, en la que se perfilan los cambios en el uso de la lengua gracias a las clases en la universidad y las lecturas, en la manera de amar y en la manera de observar la realidad y posicionarse políticamente ante ella.

Mientras la leía recordé cuando la vida consistía en escuchar canciones o ver películas y hablar sobre ellas, discutirlas, amarlas, concederles el poder de encriptar nuestros deseos y fragilidades. Tiempos en los que uno cree que basta con imitar aquello que nos gusta, viviéndolo en paralelo, tarareándolo en paralelo. Me refiero a esos tiempos en que el futuro está donde debe estar, sin entrometerse todavía en el presente; esos tiempos en los que aún no es preciso elegir en función de lo que serás sino más bien de lo que eres, porque lo que eres es lo único importante.

He de decir que, en ese sentido, la lectura de Tu sonrisa sin temblar requiere un tipo de complicidad que para mí no fue difícil y no fue difícil porque me pareció que se ajustaba perfectamente a la idea que un día planteó François Truffaut, y que comparto, sobre cómo sería el cine (o la literatura o el arte) del futuro: “El cine del futuro será mucho más personal, como una novela individual y autobiográfica, una confesión o un diario. Los jóvenes cineastas se expresarán en primera persona y contarán lo que les ha sucedido. Podrá ser la historia de su primer o más reciente amor, de su despertar político, el relato de un viaje, una enfermedad, su servicio militar, su matrimonio, sus últimas vacaciones. Y será agradable, pues será algo real y novedoso. El cine del mañana no será dirigido por funcionarios de la cámara, sino por artistas para quienes la filmación de una película será una aventura maravillosa y emocionante. El cine del futuro se parecerá a la persona que lo hizo, y el número de espectadores será proporcional a la cantidad de amigos que el director tenga. El cine del mañana será un acto de amor”.

Si aceptásemos que el tono personal define esta novela de Víctor Colden, no nos costaría sentir su contagiosa energía, capaz de convertirse en un impulso durante la lectura y después, porque empuja a escribir, escribir no necesariamente para publicar, empuja a escribir para pensar, recordar, fijar, como las canciones que se adhieren a nuestras vidas sin razones convincentes, pero de una manera íntima. Hay novelas con ese don. Otras se escriben para salvar a sus autores, esta se escribió, creo, para salvar el pasado cuando en la vida el futuro comienza a tener un excesivo protagonismo.          

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