«Al hilván que traza la luna», de María Jesús Fuentes

VERSOS EMPAREJADOS

Por Asunción Escribano

Al hilván que traza la luna, último poemario de Mª Jesús Fuentes, escritora malagueña-ceutí con más de una decena de libros y numerosos premios a sus espaldas, se inicia bajo la advocación de una cita de Ovidio –en El arte de amar– que termina afirmando: “el amor se debe regir por el arte”. Esta frase resume perfectamente el hilo conductor del poemario, puesto que su estructura se asienta en la oposición estética de puntos de vista, de enfrentamientos regidos por el arte (y por la vida), en los que dos protagonistas de esta hermosa práctica que es el amor, nos relatan poéticamente su realidad, su experiencia amorosa construida tanto de distancia como de cercanías, de reproches o de justificaciones, pero siempre el amor de fondo.

Como dos mitades de un símbolo clásico, el libro nos recuerda aquel pasaje de El banquete de Platón en el que, por boca de Aristófanes, se desarrolla el “mito del andrógino”. En él se habla de cómo en el origen de los tiempos la humanidad se dividía en tres géneros: masculino, femenino y andrógino, compuesto este por dos mitades: femenina y masculina. Estos seres poderosos atentaron contra los dioses y Zeus los castigó partiéndolos por la mitad. Desde entonces tratan de reunirse con su otra parte para alcanzar la felicidad.

El poemario, puro fragmento teatral, carea voces, poemas enteramente dialogados que ocupan papeles asignados socialmente, o puntos de vista limitados… Todos ellos están movidos por un deseo que los empuja, y por sus propios límites que les impiden alcanzar ese anhelo. De hecho, el libro está construido intercalándose voces anónimas con protagonistas reconocidos de clásicos relatos literarios, si bien en alguna ocasión se encuentran filtrados por su versión cinematográfica.

Esta opción textual, novedosa e interesante, permite a la autora mostrar a las voces protagonistas sin su –aparente– intervención autorial. Al contrario, son personajes creados por su manera de hablar. La escritora no opina sobre ellos, no juzga, no describe, no relata. Pero nos los muestra, en un formato lírico que presenta caracteres dramáticos, en sus intervenciones, y, en ellas, los personajes se dicen como son, de manera alternante (a veces primero ella, luego él; otras, primero él y luego ella; ella y ella, en ocasiones; y también, alguna vez, él y él). Diferenciando, claramente, papeles sexuales asignados por la sociedad o por el mundo.

Como hiciera Rosalía de Castro en Cantares y Follas, con las voces con que ofrecía distintas perspectivas de una misma realidad, también aquí aparecen, desde el principio, confrontadas ambas figuras, en las páginas impar y par, que pertenecen tanto al ámbito de los prototipos sociales como, en muchos casos, y como ya se ha señalado, al de la literatura.

Cuando se trata de estos últimos, el lector se halla ante personajes reconocidos, algunos de los cuales también nos han llegado a través de su iconografía cinematográfica, por ejemplo, Elizabetha y Drácula. Son figuras cercanas a nosotros a través de las imágenes que nos quedaron impresas en la retina en la película Drácula, de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola. Ella, que se suicida tras la falsa noticia de la muerte de él, movida por la espera, le reprocha:

tu adoración de fetichista
convirtió mis blondas rizadas
en cenizas caducas
que desesperan cada crepúsculo
por que me devuelvas
a la respiración de las magnolias
o por que, sin la rabia de los colmillos cansados,
mueras conmigo.

Él responde: “desde aquel maldito pacto / que me impide morir, pero no olvidarte”. Así, ambos aparecen empujados por una apetencia que no puede realizarse: la unión. Una decisión mal tomada en un momento, es la que ahora les condena a su propia distancia.

Entre las principales características del poemario destaca el perfecto conocimiento que la autora tiene de los libros, sobre todo de los personajes, con todos sus matices emocionales, reflejados intensamente en la brevedad del poema entregado al lector. En el caso de Romeo y Julieta, estos intercambian palabras. Él llora la muerte de la amada, y Julieta habla de que “palpite bajo mi pecho de esposa / el corazón sin apellido”. El tiempo se torna y antes habla él, que detecta que ella ya está muerta, y después, ella, que afirma que beberá la pócima. El tiempo, como en la física cuántica, no tiene dirección y todo ocurre a la vez, como si pudieran cambiarse los sucesos.

Y junto a estos personajes se despliegan por las páginas del libro muchos otros: niña y niño enfrentan las miradas de la infancia; Margarita, la Dama de las Camelias, se despide en el poema de su amado; Penélope y Ulises reproducen el momento en que él es reconocido por su fiel esposa; Tarzán y Jane expresan la oposición entre barbarie y civilización; Catherine y Heathcliff, protagonistas de Cumbres borrascosas de Emily Brontë, o Dulcinea y Quijote, manifiestan la naturaleza dispar de su amor; Emily Dickinson dialoga amorosamente a través de las cartas con Ella; Oscar Wilde y Alfred se reprochan haber sucumbido a la moral victoriana; Jane Eyre y Edward Rochester hablan del incendio, la locura, la ceguera…; Otelo y Desdémona, finalmente, se dicen cansados uno del otro.

Todos estos diálogos, y muchos más reproducen escenas de ambientes literariamente reconocibles, y en ellos se comunican, magistralmente, las pasiones de los protagonistas. Una obra originalísima, muy bien trabajada y cuidada, que hace, a partir del conocimiento profundo de la mejor literatura, la mejor poesía.

 

María Jesús Fuentes

Al hilván que traza la luna

Madrid, Hiperión, 2023

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