‘Maurice’, de E.M. Forter

DAVID PÉREZ VEGA.

Hace unos veinticinco años leí Una habitación con vistas (1908) de E. M. Forster (Londres, 1879 – Coventry, 1970). Recuerdo que fue un libro con el que no conecté, su conflicto me resultó anticuado y no disfruté con aquella lectura. Sin embargo, en los últimos años, Almudena, mi mujer, ha estado leyendo la obra de este autor británico, y le ha gustado mucho. Esto me hizo pensar que, tal vez, leí aquella primera novela en un momento inadecuado, o que si lo leyera ahora me gustaría más. Almudena me recomendaba, sobre todo, Maurice, que Foster escribió entre 1913 y 1914, pero que no se publicó hasta 1971, un año después de la muerte del autor. Éste temía que el libro fuera rechazado por todas las editoriales, por su temática homosexual explícita, o que, en caso de publicarse, acabara con su carrera.

Almudena leyó Maurice en su edición de Seix Barral de 1983, en la Biblioteca Breve, que yo le regalé, tras encontrarla en la Cuesta de Moyano por dos o tres euros. Vi que Navona ha publicado algunas nuevas ediciones de los libros de E. M. Forster y les solicité Maurice y Pasaje a la India para poder reseñarlas. Ya en casa me di cuenta de que la traducción de Navona y la de Seix Barral, que tenía en casa, era la misma. Navona ha revisado esa traducción y a actualizado algunos de los criterios de uso gramatical, como el de no acentuar palabras como «rio» (pág. 16). El libro de Navona tiene la letra más grande y me parece una mejor edición, en todo caso, de un libro que estaba descatalogad;, así que bienvenida sea esta edición.

Maurice es una «bildungsroman» o novela de aprendizaje, en la que conocemos a su protagonista –Maurice Hall– el día en el que, a los catorce años, va a terminar su formación en un colegio privado y va a pasar a estudiar bachillerato, con la idea de estudiar una carrera en la prestigiosa universidad de Cambridge. Maurice es huérfano y uno de sus profesores se ve en la obligación de -antes de que les abandone- explicarle cómo funciona el mundo de las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer. De forma sutil, el primer capítulo se cierra anunciando el drama que llegará más tarde: «Después la oscuridad avanzó de nuevo, la oscuridad es primigenia pero no eterna, y produce su propia y dolorosa aurora.» (pág. 21)

Maurice descubrirá, al llegar a casa ese verano del fin del colegio, que el jardinero que estaba empleado en su casa, y con el que había jugado de niño, se ha despedido y ha dejado a la familia. Empezará a llorar, sin saber qué es lo que le ocurre. El lector intuye que Maurice llora porque el jardinero ha sido, sin todavía poder formulárselo de forma consciente, su primer amor. Imagino que ningún lector actual se va a acercar a este libro sin saber que es una novela que trata sobre la homosexualidad del propio autor. En caso contrario, hacer una deducción como la que he hecho yo arriba le costaría más, puesto que la novela, al menos en su primer tercio, es sutil en sus enunciados y muestra la confusión interior que va a atravesar el joven Maurice, que no sabe cómo interpretar sus sentimientos y deseos.

Forster no dedicará muchas páginas a describirnos la vida de Maurice en el bachillerato. Se limitará a señalar aspectos de su personalidad como estos: «En una palabra, fue un miembro mediocre de un mediocre colegio y dejó una desvaída y favorable impresión tras él.» (pág. 27). A los dieciséis años, empiezan a surgir «pensamientos sucios en su mente», pero Forster se guardará de explicarnos en qué consisten, y se mantendrá así, por ahora, en una buscada ambigüedad.

Más tiempo será el dedicado en la novela al paso de Maurice por la universidad. Cuando Maurice llega a ella, Forster se encargará de contarle al lector que en su proceso de formación Maurice va a hacer un descubrimiento que será trascendental: «Las personas se transformaron en seres vivos. Hasta entonces, había supuesto que eran lo que él pretendía ser: lisas piezas de cartón sobre las que se dibujaba una imagen convencional.» (pág. 36)-

Para Mourice la vida, parece decirnos Forster, consiste en guardar las formas y pasar por ser un ciudadano respetable, independientemente de sus sentimientos o los impulsos que sienta dentro de sí; sentimientos e impulsos que deberán ser siempre reprimidos.

Sin embargo, Maurice va a tener que enfrentarse a sus verdades interiores y verbalizar ante sí mismo que solo se siente atraído por su propio sexo. «Amaba a los hombres y siempre los había amado» (pág. 73)

Una cosa que me gusta de Maurice es que Forster no idealiza a su personaje –aunque el lector pueda leer la novela identificando a Maurice con el propio autor– sino que lo muestra con todas sus debilidades, lejos de la victimización. Así en la página 73, después de pasar una primera crisis en la que ha de reconocerse que es homosexual, Forster escribe esto sobre él: «No había merecido el afecto de nadie, pues se comportaba con los demás de un modo convencional, artero y mezquino, porque lo mismo hacía consigo mismo.»

Una idea interesante sobre el libro es la de ver cómo lidian sus personajes homosexuales con sus ideas religiosas. En este sentido, Clive, al que Maurice conoce en la universidad, se da cuenta de que debe cortar con el cristianismo, que no tiene capacidad de acogerle, aunque esto vaya a chocar con las ideas conservadoras de su familia (a la que no revelará, en ningún caso, su condición sexual).

Aunque Maurice va a sufrir algún tipo de discriminación cuando terceras personas sospechen de su homosexualidad, Forster, como decía, no cae en una mirada victimista hacia sus personajes, y se encargará de señalarnos que su condición sexual les convertirá, por ejemplo, en misóginos: «Las mujeres se habían transformado en algo tan remoto como los caballos o los gatos. Todo lo que aquellas criaturas hacían resultaba estúpido.» (pág. 114)

Además, Forster presenta a Maurice, perteneciente a una familia burguesa, como un clasista. En la página 188 leemos en boca de Maurice: «Yo también he tenido relación con los pobres –dijo Maurice, tomando un trozo de pastel–, pero no puedo preocuparme por ellos. Uno debe echar una mano en pro de la tranquilidad del país de un modo general, eso es todo. Ellos no tienen nuestros sentimientos. No sufren lo que nosotros sufriríamos si estuviéramos en su lugar.»

Y, sin embargo, pese a estos elementos de su personalidad, que podrían hacernos antipático a un personaje como Maurice, la novela consigue ser profundamente emotiva. En Maurice, Forster nos muestra a un hombre burgués que, si no hubiera sido por su condición sexual, que le va a obligar a bucear en sí mismo y preguntarse por su identidad, rompiendo con muchos de sus tabús, se hubiera convertido en un ciudadano convencional, machista y clasista, como exigían los cánones de su tiempo y de su clase social. En la Gran Bretaña de la época ser homosexual era ilegal y Maurice podía haber acabado en la cárcel si alguien le acusa de practicarla, lo que hará que tenga que replantearse algunas de sus ideas sobre la sociedad en la que vive.

Me han gustado también algunas leves notas de humor, como cuando Maurice y Clive tienen que dejar Cambridge y empezar a trabajar: «Después la prisión se cerró, pero sobre ambos a la vez. Clive entró en el tribunal. Maurice en los negocios.» (pág. 114)

El libro se cierra con una nota final, firmada por Forster en 1960. En ella, el autor nos dice que en Maurice trató de crear un personaje lo más alejado de él mismo: «Alguien agraciado, sano, físicamente atractivo, mentalmente lento, un aceptable hombre de negocios y bastante presumido» (pág. 285). Forster se queja, casi cincuenta años después de haber escrito el libro, que para lectores actuales solo puede tener un interés parcial. Pero realmente, Maurice es una novela muy entretenida, emocionante, rompedora y moderna para un lector actual, más de un siglo después de ser escrita. Una delicia de libro. Quiero seguir con la obra de E. M. Forster.

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