‘En el cielo, una nube’, de Manuel Astur

En el cielo, una nube

Cuentos Zen

Manuel Astur

Satori

Gijón,

109 páginas

 

Por Ricardo Martínez Llorca / @rimllorca

Escribir sobre la resurrección de la hierba, ese es el espíritu de cualquier relato que pretenda, como pretenden estos cuentos Zen, mostrarnos que al final todos buscamos lo mismo: el descanso. Manuel Astur (Sama de Grado, Asturias, 1980) reúne varios de las piezas breves Zen que más le han influido, pero la recopilación no quiere decir reunir, colocar y mostrar, pues Astur reescribe y esto contiene algo más que dejarlo bonito. Si uno se ha acercado en ocasiones anteriores a cuentos Zen recordará los prejuicios con que los leyó: las piezas no dejan de remitirnos, por su extensión y el tipo de imaginación que desarrollan, a otras occidentales de distinto objetivo, como las fábulas y lo que se asemeja a las fábulas, incluidas algunas leyendas. Pero ya desde el prólogo se nos advierte sobre qué hace distintos estos cuentos respecto a los otros relatos, como la carencia de moraleja.

En realidad, otra interpretación que no sea esta tan cuidada por Astur y tan bellamente editada como la de Satori, nos dejaría con la sensación de que debemos buscar el mensaje. Es inevitable, porque si en la fábula hablan personajes que nos son ajenos, como el zorro o la hormiga, en estos cuentos el ambiente también nos remite a otro mundo, a otra parte del mundo: los cuentos están llenos de monjes y aprendices de monjes, por ejemplo, pero en un entorno que no es el habitual en nuestros encuentros religiosos o espirituales, y que es la calle o la naturaleza. Aquí no hay monasterios ni iglesias. Hay nubes en el cielo. Y la impresión de estar recordándonos que la vida debe ser sencilla, que es una estupidez trabarse buscando los tres o cinco pies al gato, que meditar no es exactamente lo mismo que pensar, que la única certeza posible es el sonido de una nuez cayendo del árbol.

El mundo que reflejan los cuentos Zen sigue siendo el de los deseos, más que el de las realidades. Pero ¿qué sentido tiene sentir deseos si no es el de intentar que la realidad o, para ser más precisos, nuestra verdad se asemeje a los deseos? Siempre y cuando, claro está, los deseos no sean de avaricia, sino de conciliación. Y la conciliación más pura tiene que ver con la respiración en el presente.

De vez en cuando conviene regresar a esta didáctica, la de los cuentos Zen, que siempre es más acogedora y suave que la de nuestras fábulas, con esa moraleja que impone actitudes. Este es un libro para dejar siempre colocado en la mesilla de noche y seguir abriéndolo de vez en cuando, porque ayuda al descanso.

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