‘El violín de Fayenza’, de Champfleury

JOSEP MASANÉS.

Vivimos una época en la que se rescatan pocos libros escritos en siglos anteriores si exceptuamos los grandes clásicos de la literatura universal. En este sentido debo admitir que no conocía a Champfleury, pero nada más empezar a leer el libro, más allá de lo que cuenta, uno percibe que se trata de una pequeña joya, de un trabajo que sigue un ritmo y una cadencia distintos a los que se acostumbran hoy en día.

El violín de fayenza (loza fina esmaltada) es una novela que cuenta la historia de dos amigos, Dalègre y Gardilanne, dos individuos aparentemente muy distintos, pero que, a raíz del encargo del segundo al primero para encontrar una serie de cerámicas, se acaba viendo que son más parecidos de lo que ellos mismo creían, y es que se genera entre ellos una profunda rivalidad que, sin duda, haría las delicias de René Girard y sus tesis miméticas.

Champfleury, seudónimo de Jules-François-Félix Husson (1821-1889), fue un autor prolífico de una obra heterogénea, fundamentalmente de no ficción, destacando su libro Les Chats: Histoire, moeurs, observations, anecdotes (1869) que fue un auténtico bestseller en su época. Fue conservador de las colecciones de la Manufactura Nacional de Porcelana de Sèvres. El violín de fayenza (1862) fue su única novela y tiene elementos autobiográficos.

El violín de fayenza es una novela corta de apenas 150 páginas, dividida en 15 capítulos. Un libro escrito en tercera persona y en pasado. Un texto de ritmo rápido.

En su lectura además hemos descubierto lo que era un eucologio, algo así como una bolsa de agua caliente hecho en fayenza que se utilizaba para combatir el frío en sus salidas por parte de monjas y monjes, y una herropea, una bola de hierro a la que estaban encadenados los presos.

Una comedia ligera y sin embargo con enjundia que, a pesar de ser del siglo XIX es capaz de retratar una sociedad hasta cierto punto moderna y actual, con unos hombres que se rigen por principios exactamente iguales a los nuestros. Se agradece entre tanta pretensión narcisista contemporánea una narrativa ligera como la del francés.

Naturalmente el objeto del deseo compartido por los dos amigos acaba siendo un violín de loza que acabará dando título a la novela. Y es que las obsesiones tienen su precio:

«Con las pasiones inocentes ocurre como con las plantas frágiles que se agarran a un roble: se enroscan alrededor del tronco, crecen, llegan a las ramas, atraen hasta ellas a montones de bichitos y acaban venciendo al gigante soberbio, al rey del bosque».

Un libro que retrata las obsesiones, los celos, la envidia y los actos ridículos que estos sentimientos nos pueden llegar a hacer ejecutar: Y es que confesarle a un envidioso la envidia no suscita ninguna clase de compasión en éste, sino un cosquilleo de satisfacción, porque «los enfermos raramente se interesan por aquellos que padecen sus mismos males».

El violín de fayenza es un libro perfecto para leer en la piscina.

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