‘Barrancos’, la primer novela de Pablo Matilla
PABLO LLANOS.
Barrancos es el título de esta novela y es también el apellido de su protagonista Andrés Barrancos, un treintañero alcohólico que vaga sin rumbo por la vida visitando a su padre (también alcohólico) cuando se le acaba el dinero. En la última visita, el padre le dirá que no le dará más dinero hasta que entierre sus cenizas en su pueblo natal. Unas semanas después muere y comienza el viaje del protagonista hacia Aljarán, un pueblo inventado por el autor (Así como el río, el valle que lo rodea, las montañas) pero que nos recuerdan a la España vaciada de hace unas décadas, como la que describe Julio Llamazares en La lluvia amarilla.
Barrancos ha salido de la mente y las teclas de Pablo Matilla (Mieres, 1986) profesor en la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès. Esta es su primera novela, después de publicar un primer libro de relatos en 2017: «La sabiduría de quebrar huesos» que resultó finalista tanto del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España, como del Premio Tigre Juan, dedicado a dar visibilidad a obras de indudable potencia literaria.
Si algo maneja con soltura Pablo Matilla en esta primera novela es el simbolismo. Esta es una novela cargada de imágenes muy bien ejecutadas. Las dos piedras de la portada que bien podrían ser el padre y el hijo protagonistas de la novela y su apellido: Barrancos, no dejan lugar a dudas: nos vamos a enfrentar a un relato duro a conflictos y personajes rocosos a los que va a ser difícil arrancarles un beso, un abrazo, una frase amable. Personajes duros como piedras.
Pablo Matilla ha revelado que, en un principio, la novela iba a titularse «El linaje de las hojas» como un verso de Homero de la Iliada, clara referencia al viaje que el protagonista va a realizar, tanto física como emocionalmente. Sin embargo el título escogido es más acerdado por su significancia y su sonoridad.
Durante las cerca de 250 páginas de la novela encontramos que ninguna de las imágenes utilizadas en gratuita, por ejemplo, antes del encuentro en una cerrada noche con un camionero en el restaurante de una gasolinera la descripción del vino, de la noche y de la oscuridad del propio protagonista, son toda una:
“Se concentró en el vino, era muy oscuro, nunca había visto un vino tan negro, como si el camarero hubiera salido al lago del cielo y hubiera puesto un poco en el vaso, estaba frío, agrio, polvoriento como la viña que lo había dado a luz”.
Se vislumbra en el autor la facilidad para trabajar una prosa rica en lenguaje, en figuras estilísticas y a su vez profundamente ágil.
“Como en una estación abandonada, ambos dejaron pasar varios trenes de silencio”
Este relato alcanza algún momento memorable en lo literario. Me gustaría destacar una escena en la que el protagonista, en su delirio ebrio y emocional, mantiene una conversación telefónica ficticia a cuatro voces con su difunto padre, la dueña de hostal donde vive y el camionero con el que cena en la gasolinera. Quizás el momento más brillante de la novela.
A partir de ahí tenemos una novela estructurada en cinco partes bien definidas, en la primera conocemos a los protagonistas, padre e hijo, y nos presenta este objetivo consciente para el protagonista, lograr la herencia. Dice Vicente Luis Mora en su libro Teoría que todos somos el error de alguien, en general los errores de nuestros padres. Esta es precisamente la sensación con la que el lector y el protagonista parten de viaje, la de que la mala vida y actitud de Barrancos son fruto del error de sus padres. En la segunda parte comienza una road movie en la única pertenencia de Barrancos: su coche lleno de botellas medio vacías, en la que se va a encontrar con un camionero filósofo del orden una mujer que huye de la violencia de género. Así, Barrancos llegará hasta las montañas de su destino, deja el coche y continua a para encontrarse con Meseguer, un viejo hombre que es el último habitante del pueblo natal de su padre y que le dará a la novela y al propio protagonista un cambio de ritmo y una serie de capítulos terminados en cliffhangers.
La escritora argentina Valeria Correa Fiz maneja en su libro de relatos “Hubo un jardín” el paradigma de que todos somos el secreto de alguien, alguien nos ama en secreto, alguien nos odia o nos envidia en secreto. En la novela de Pablo Matilla, la irrupción en la trama del solitario habitante del pueblo abandonado, Meseguer, produce un cambio en el punto de vist del protagonista y del lector. Meseguer va a revelar a Barrancos la historia de su familia para que tanto él como los lectores pasemos a pensar que quizás Andrés Barancos no es los errores de su padre sino, probablemente, los secretos de toda su familia. Es más, podríamos llegar a pensar que es consecuencia de una combinación de ambos, ¿Acaso no somos todos los errores y los secretos de otros?
Cabe destacar que, pese al absoluto protagonismo en la novela de Andrés Barrancos, la narración transcurre a través de un narrador en tercera persona equisciente muy cercano a su protagonista y que el autor mantiene con buen pulso has las últimas páginas del libro, en las que cede la narración al propio Andrés Barrancos en un apretado monólogo interior. El resto de personajes irán turnándose al aparece en su camino e interactuarán sólo con el protagonista y nunca entre ellos.
En definitiva, Barrancos es una narración para cualquier público pero que el lector avanzado (es posible que los propios alumnos de Pablo Matilla en el Ateneo de Barcelona), pueden degustar de un modo más literario. Un viaje en el que desde el origen hasta el destino nos mantendrá con la incertidumbre de si Andrés Barrancos, cargado con la urna de su progenitor país a través y monte a través y botellas de orujo vacías a través, se hundirá definitivamente o conseguirá renacer de las cenizas de su padre.