Lo que el corazón no da al papel

 

Me parece que lo peor que puede ocurrirle a un escritor es que le interese exclusivamente la Literatura. Y ello porque ésta es sólo un medio, un instrumento, de expresión sobre la vida… Pero suele suceder que quien únicamente sabe Literatura nada sabe de la vida, sino de fantasías sobre la vida. Así que ésta es la razón por la que hay tan pocos (grandes) escritores que se hayan dedicado sólo a su estudio… ¿Por qué, si no, tantos buenos escritores médicos?

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En este sentido, no se me oculta que muchos escritores piensan que para escribir hay que haber vivido mucho (en la forma en que los modernos entienden “vivir”). Otros, una minoría quizás, piensan que hay que haber sufrido mucho (o, al menos, haber pensado mucho sobre el sufrimiento de los demás).

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Es a ese escritor al que el papel en blanco le está esperando… El papel en blanco, siempre esperando lo que mi corazón podría darle, desearía darle, pero que mi cerebro no puede traducir para él.

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Al comenzar a escribir un libro, todos deberíamos cuestionarnos de la siguiente manera: supongamos que tengo algo que decir… ¿qué sería?

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Hay mucha gente que escribe muy bien y no tiene nada que decir, y hay menos gente que tiene mucho que decir y no escribe bien (y por tanto, desgraciadamente, se abstiene porque son precisamente personas inteligentes y de buen gusto).

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“Cuando en este mundo un hombre tiene alguna cosa que decir, la dificultad no está en hacérsela decir, sino en evitar que la diga demasiadas veces” (Shaw)…, pero sobre todo, conseguir que, cuando la diga, la diga bien.

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Si no soy un buen escritor, soy al menos un gran sentidor. Con esto del bolígrafo me limito a salir de sucesivos atranques. …Pero, ahora que caigo, ¿escribir no es saber salir de sucesivos atranques?

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Y esto es lo que más me jode de todo este asunto: tener que darle una forma artística ―i.e. presentable― a lo que pienso y escribo, y el tiempo ―¿desaprovechado?― que se lleva esto.

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La cuestión del arte de la escritura… A veces pienso que la escritura debería ser un remedo, una imitación, del mundo de la palabra hablada. Y digo un remedo porque jamás podría imitar el tono, el timbre, el aire, la musicalidad, el gracejo… Por ello, paradójicamente, me admiro de que me admire -lo confieso- el lenguaje de la burocracia española. Por ejemplo, el lenguaje burocrático del B.O.E. es para mí la máxima expresión de la precisión y quintaesencia del castellano (incluso precisión para ocultar). Es un lenguaje acrisolado por muchos años de administración de Estado e Imperio… El lenguaje del B.O.E. es un verdadero arte que (a mí) me fascina; un arte que se da la vuelta como un calcetín. Es de las pocas artes que podría aprender un racionalista como yo.

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Nota bene.- El estudiante de hoy no es preparado por la institución para escribir. La educación de hoy lo prepara para rellenar fichas (y si es a ordenador, mejor).

 

 

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