La cara oculta del mundo

 

 

Ricardo Álamo.- La publicación de un primer libro de aforismos siempre suele despertar un mínimo de interés en el curioso lector que desea saber qué voz es la que se esconde detrás de su autor. ¿Será la de alguien que tiene algo nuevo que decir o, por el contrario, será la de alguien que quiere decirnos algo viejo pero de una forma original y distinta? ¿Esa voz sonará cantarina y, como la de ese raro pájaro llamado cenzontle que tiene la cualidad de entonar un sinfín de sinfonías, será capaz de interpretar con sus pocas y escogidas palabras un memorable concierto? ¿O, en cambio, desafinará con su verbo, haciendo comprender al lector que no le valía la pena llegar hasta el final del concierto? Lucho Aguilar (Valencia, 1958) es músico, contrabajista de jazz, aparte de licenciado en Historia y Ciencias de la Música. Por tanto, con ese bagaje musical a sus espaldas, debe de saber necesariamente la importancia que tienen el orden, el número y el acento de las palabras a la hora de producir un efecto cadencioso, armónico y rítmico. Como en la poesía, incluso como en los microrrelatos, esos tres aspectos de las palabras son decisivos si se quiere conseguir el aplauso del lector por haberle hecho disfrutar de una notable musicalidad. Y esa musicalidad, precisamente, es la que ha logrado Lucho Aguilar con los aforismos de Lo que esconde el manglar. Porque se trata de aforismos de una gran intensidad verbal y semántica, profundos en su mayoría, bien medidos, en los que en general nada sobra y nada falta. Sin miedo a equivocarnos, se podría decir que el autor no sólo ha buscado trasladarnos un conjunto variado de ideas y reflexiones muy personales, sino también de dárnoslas de la manera más melodiosa y acompasada, como si hubiera seguido un patrón polifónico. No en balde, pululan por el libro un número considerable de contraposiciones y paradojas, así como las definiciones categóricas, que tan buen juego suelen dar en el género aforístico.

Por otra parte, si vamos al meollo temático del libro encontraremos que los pensamientos que acoge se apartan, en gran medida, de los lugares comunes y de las obviedades, eludiendo con cierta soltura caer en una concepción palmaria de las diferentes realidades que trata, sean estas la lengua, Internet, la ignorancia o la frivolidad, por poner sólo algunos ejemplos. Y es que Lucho Aguilar no condesciende con un examen complaciente del mundo, puesto que lo que persigue, más bien, es mostrarnos la cara oculta del mismo o una realidad distinta. Por eso no es de extrañar que en el prólogo José Ramón González señale que Aguilar encarna perfectamente lo que significa ser autor, que viene del latín augere (aumentar, agrandar o mejorar), ya que con sus aforismos «acrecienta nuestro mundo al ofrecer una mirada —una visión/versión— diferente y nueva. [Porque] sea cual sea el asunto que aborde en sus textos —el amor, la vanidad, la autoconciencia, la muerte, la poesía, la escritura, la amistad…—, lo hace desde una perspectiva que nos descentra y nos descoloca». Dicho en otras palabras, en ningún caso los aforismos de Lo que esconde el manglar examinan la realidad con indulgencia.

            No sé si Lucho Aguilar es conocedor del libro Un poco de swing, por favor: Aforismos sobre jazz (Apeadero de aforistas, 2022), de Emilio Calvo de Mora, pero el caso es que me llama poderosamente la atención que siendo él mismo músico de jazz e historiador de la música (cosa que se nota en el equilibrado acorde con que enuncia sus ideas) a la música sin embargo no le dedique más que un solo aforismo en todo su libro, y no precisamente en un tono benevolente, pues llega a decir con indisimulada impiedad que «Un músico es una prostituta con clientes preferenciales». Pero no sólo se muestra poco reverente con los músicos, sino que también, en los escasos momentos en que se refiere a sí mismo, se retrata como alguien dudosamente dichoso, alguien que afirma que en el arrabal de su corazón convive la bondad con sus escombros. ¿Y cómo no acordarse entonces de todos esos músicos, cantantes y artistas que han hecho de sus vidas unas auténticas tragedias, de esos a quienes el éxito o la falta de éxito les llevó a ahogarse en la furiosa corriente de su existencia? No sabemos, porque Lucho Aguilar no nos lo dice, si los escombros que alberga su corazón son suficientemente hediondos como para haberlo enterrado alguna vez en la inmundicia. Y no lo sabemos porque se cuida muy mucho de darnos pistas acerca de su propia vida, de sus luces y de sus sombras, ya que —quiero pensar que imbuido de cierta modestia o tal vez guiado por un prurito de timidez— no expone su «yo» a un ejercicio de destripamiento, eludiendo de esa manera cualquier clase de exhibicionismo. Ni siquiera se atreve a ficcionalizar su persona, algo tan de moda hoy en día entre algunos novelistas y poetas. Se diría, en fin, que en sus aforismos hay mucha más preocupación por la vida de los demás que por su propia vida, y quizás eso explique que su punto de vista sobre la realidad sea como el de un flâneur que la observa con desapasionamiento, con una distancia crítica pero mesurada de aquellos aspectos del vivir que más le asombran, entre ellos la estupidez, la ignorancia, los trampantojos o la vanidad, a los que en última instancia trata de comprender o de desentrañar la razón de su ser. Por eso no es de extrañar que, en una de las muchas definiciones que da sobre qué son los aforismos, diga que un aforismo es como un manglar de sentidos.

Lucho Aguilar, Lo que esconde el manglar. Ediciones Trea, Gijón, 2023.

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