“Pájaro en la luz”, de César Rodríguez de Sepúlveda

POEMAS PARA EL AIRE.

Por Marina Casado.

Conozco y admiro la poética de César Rodríguez de Sepúlveda (Madrid, 1968) desde su primer libro: Luz del instante (2020). Ya entonces descubrí a un poeta independiente, ajeno a modas y corrientes, únicamente fiel a sus propios principios y referentes. ¿Clásico? Sí, pero con una voz particular y reconocible; repleto de referencias, que abarcan múltiples ramas del arte y de la cultura popular: música, cine, pintura, cómic… En sus siguientes poemarios, Noticia del asedio (2021) y Oscuro vuelo (2022), continuó esa misma línea independiente, deudora del ritmo y de la música.

Ahora, llega su cuarta obra, Pájaro en la luz, de la mano de Mahalta Ediciones. Y los dos elementos que aparecen ya en el título se erigen como fundamentales en su poética. El vuelo, las aves, las luces y las sombras… Esa “luz misteriosa que viene de muy lejos” que, al encontrarse con “la lenta fatiga de los días”, hace brotar la belleza. Para Samuel Serrano Serrano, autor del magnífico prólogo, esa combinación de elementos “nos habla del vuelo hacia la trascendencia, de la capacidad que tiene la poesía para elevar todo cuanto toca”. En el poema dedicado a Salgari, la literatura adquiere ese papel catalizador: “Cuanto más lo hería el mundo, más belleza, / y aventura salía de su pluma […]. / Ah, sí: a su alrededor todo se hundía / y él no supo, / no quiso, / no pudo / hacer / otra cosa distinta que seguir escribiendo”.

Inevitablemente, se nos viene a la cabeza el mito de Dédalo e Ícaro y su vuelo fallido hacia el sol, hacia la luz más álgida. Aparece, de hecho, en uno de los poemas que componen la obra, pero desde una nueva mirada: la del padre. “Un padre nunca sabe si las alas / que, lo mejor que pudo, hizo para su hijo, / lo podrán / sostener en el aire”. Como escribe acertadamente Samuel Serrano Serrano: “El mito no es en la poesía de Rodríguez de Sepúlveda una mera referencia culta, sino el punto de partida para una reinterpretación, en clave personal”.

Y en esa reinterpretación hay una mirada profundamente feminista. Por eso, a la voz lírica le preocupan los sentimientos de la joven Dánae cuando es violada por Zeus a través de una lluvia de oro, o los de Medusa cuando le espeta a la estatua en bronce de Perseo: “¿seguro / que has vencido, Perseo? Mírate: / tu corazón no late, no respiras. / Eres de bronce. Al fin, venció Medusa”. O los de la reina Calipso, cuando despide a Ulises: “¿Dejarás esta luz, estos bosques, las playas, / mi cuerpo siempre joven y atento a tu deseo, / la plenitud eterna de esta isla sin tiempo, / por un sueño tan leve?”. La reinterpretación no se limita a los mitos; también alcanza los cuentos populares. A Caperucita Roja le aconseja: “Que se ocupe tu abuela de esa vieja / disputa que se trae con el lobo, / tierna Caperucita, / y que apañen sin ti el final del cuento”. En el bellísimo poema “Para salvar a la Bella Durmiente”, otorga al personaje una hondura inusitada: “Maldición o milagro este existir sin tiempo, / su latir indeciso entre batir las alas / o persistir aún en el grávido mundo”.

La mujer ocupa, pues, un lugar fundamental en la obra. Incluso podría decirse que la bautiza, pues ese “pájaro en la luz” del título resurge en el último poema, un magnífico canto a la esperanza basado en el Evangelio de San Juan, en el momento que María Magdalena – que ya había aparecido en otro poema – acude al sepulcro de Cristo en mitad de la noche: “Atravesó la noche densa, […] / la noche ya sin sueños ni promesas”. Partiendo de esa oscuridad, encuentra la sorpresa de la resurrección: “la luz colmaba / el mundo / y la piedra había sido removida. […] / Y, pájaro en la luz, ella cantaba”.

El poeta reinterpreta también, por lo tanto, la mitología cristiana, y llega a fundirla con la literatura y con esa idea tan feminista que perfuma la obra. El poema “Madre nuestra” termina con una especie de salmo al personaje de Celestina, de Fernando de Rojas, y menciona también al Quijote: “Gloria a ti, Celestina, madre nuestra, / tanto o más que aquel otro al que los libros / hicieron dar lanzazos contra el viento”. En “Canción del enemigo enamorado”, da un giro al misticismo: “Tú me colmas, Señor, y yo proveo / a tu inflamada ira avaro vaso”, “tú doliéndome hondo en las entrañas, / yo aprisionando en carne y en latido / la vengativa furia de tu rayo”. Enlaza con la idea del amor que prevalece en la obra: un rayo, un alud, esa “hermosa catástrofe” que nos recuerda a aquel poema de Pedro Salinas – “Amor, amor, catástrofe. / ¡Qué hundimiento del mundo!”.

Disueltos como pinceladas de acuarela entre el vasto fondo de referencias culturales, personajes literarios e históricos, encontramos también poemas metapoéticos, que adquieren una importancia fundamental en la obra. La literatura es un bosque profundo de claroscuros, un vampiro, un palacio viejo de estancias desiertas. El poeta es “el mágico prodigioso”, el “maestro vidriero” que debe revelar el misterio: “tiñe de oscuridad / las aguas demasiado transparentes / para emprender la huida, / dejando tras de sí la negra nube”. Porque hay oscuridad en la poesía, continuando con la estela gongorina. El poema, ese caballo de Troya, “No se deja escribir, / aborrece lo nítido, / odia la transparencia”. También en una línea culturalista, se declara el poeta amante de los adjetivos, oponiéndose así a muchas corrientes actuales, que los desprecian: “Y yo, pobre de mí, amo los adjetivos, amo / a estos entrañables haraganes”.

Lo maravilloso de la poesía de César Rodríguez de Sepúlveda es, además de esta independencia respecto a modas y corrientes y su incuestionable lirismo, una gran capacidad de sembrar referencias con pasmosa naturalidad, hablando de Tintín para aludir a la inocencia perdida o llegando a fusionar una película clásica como Centauros del desierto, de John Ford, con el personaje de Ulises, que se convierte en una presencia constante a lo largo del libro. Ulises, ese eterno viajero abocado a la despedida, al viaje, igual que el escritor que siempre busca otro horizonte distinto. Porque en los versos elegantes y sabios de César, el poeta es, igual que ese vencejo en tierra, “un príncipe exiliado”. Y son sus poemas “Criaturas de aire, hechas de aire / y para el aire”. Y también para la luz.

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